A veces siento que ciertas advertencias neomarxistas a la David
Harvey o a la Neil Smith son puras exageraciones: ¿Cómo es eso del “revanchismo
urbano” de las burguesías que quieren retomar los Centros Históricos? ¿Sería
cierto que estamos frente a una guerra a la Custer? ¿Matar indios, robarles el
territorio? Nada más faltaría que se corten orejas como en la conquista del
Oeste americano y la Guerra del Desierto en Argentina…No, señores, ¡estamos en
el siglo XXI no en el XIX! ¿No creen que exageran un poco? ¿No sería que tienen
el “complejo de Moyssan” o sea que ven maldad por todas partes donde él ve
extraterrestres?
Y sin embargo, anoche que oí el noticiero televisivo me
quedé pasmado al oír que el gobierno de “izquierda” del Distrito Federal había
tomado la decisión de cancelar, a partir del 2012, la presencia de la verbena
popular de Santa y los Reyes Magos en la Alameda de la ciudad de México. Por
sesenta años, la población de la ciudad se acostumbró a ir a ver a Santa a la
Alameda. Sacarse la foto en uno de los cuarenta paisajes-escenarios fue el
placer de pequeños y grandes. Juegos, manzanas en dulce, el famosísimo algodón
con sus colores pasteles, la romería de todo tipo, todo eso debe desaparecer
para el año 2012. Y no olvidemos los Reyes Magos: ellos también son parte de
una vida urbana rica en sabores, colores y afectos de todo tipo.
Pero ya no. La explicación que dió un funcionario en la entrevista
televisiva es evidente: ya son muchas personas las que acuden, y es mejor pasar
esa romería al Palacio de los Deportes. Será entonces un evento más entre
competencias deportivas y ferias del regalo, de la novia, del empleo y de
cualquier cosa. Pero la romería de diciembre tiene otro sentido, es otra
tradición y no se puede equiparar tan fácilmente con los eventos consumistas que
suele albergar el Palacio de los Deportes.
La falta de sensibilidad del gobierno es evidente, pero peor
aun es el segundo argumento apenas deslizado en la entrevista: “unos
inversionistas privados se interesan en mejorar y reforestar la Alameda”. Ya
salió el peine…”gentrificar” la Alameda es un tema central ahora. Claro, si han
visto las publicidades inmobiliarias para los nuevos conjuntos frente a la
Alameda y en ese perímetro en renovación que queda atrás de la avenida Juárez,
se entiende perfectamente. La imaginería manejada por los promotores presenta a
la Alameda como una suerte de Central Park neoyorkino, un buen argumento para
vender caro unos departamentos modernos para clase media con sueños americanos
en todos los lóbulos de sus reducidos cerebros. Se trata de poder ir a hacer el
“jogging” en “Central Alamída” (favor de pronunciar en buen inglés no como Peña
Nieto, por favor) y de pasear “french poddle”, chihuahuas, pekineses y otras
bolas de pelos para departamentos sin tener que cruzarse con las clases
peligrosas.
Pero sacar a la “prole” de la Alameda no se podrá resolver
solo con quitar el evento decembrino: falta quitar los ancianos que descansan en uno
de los pocos espacios verdes del Centro Histórico; los empleados domésticos que
vienen a buscar en ese espacio un poco de su pueblo perdido; los diversos
grupos de personas que bailan los domingos, sin olvidar los homosexuales que
tienen su rincón de paz en el fin de semana.
Adiós diversidad sexual, etaria, religiosa, social y demás…¡David
y Neil tienen razón! Resulta urgente para un gobierno de “izquierda” que busca
una buena imagen con el capital, limpiar esos espacios públicos tan atractivos
para los Bobos (Bohemian Bourgeois)y
demás amantes de una supuesta vida urbana a cuya destrucción contribuyen
ampliamente. ¿Una contradicción más? No es así, la izquierda que ya sacó los
niños de la calle del Centro, que removió a los ambulantes sin ofrecerles una
verdadera alternativa, y que se asocia con el gran capital para renovar una
ciudad solo es el instrumento de una recuperación de la ciudad a beneficio de
los que pueden pagar por ella.
¿No sería tiempo de “indignarse”
como lo propone Stéphane Hessel?
Pero nadie dice nada, todos hemos naturalizado esta situación en la que el personaje o el grupo político en el poder construyen "su ciudad" junto con sus amigos empresarios reproduciendo más fragmentación espacial y desigualdad social. Vivimos en un capitalismo de amigos, "de cuates" como diría Denise Dresser, en el que la izquierda, la derecha y el capital pertenecen al mismo equipo. Ahí está el regalito de espacios públicos que hace el gobierno de la Ciudad de México todos los años al mejor postor, un regalito que incluye el Zócalo, la Alameda, el Paseo de la Reforma, Plaza de la República, etc, etc: pistas de hielo montadas con capital privado, locales comerciales de todas las marcas transnacionales a su rededor, NIKE cerrando Reforma para sus carreras, y así podría seguir enumerando otras más. Y aquí el problema no es el capital privado, el problema es que todos ellos son dueños del espacio público, menos los citadinos. Personalmente abogo por una construcción del espacio público desde la sociedad civil organizada, no desde el regente y sus amigos empresarios. Y refiriéndome a la primera idea con la que abres esta entrada, diría que si, si parece que vivimos en los últimos veinte años del siglo XIX: gobernantes que hacen ciudad a su manera importando modelos e imaginarios de Europa y los Estados Unidos, grandes contratos y acuerdos que regalan nuestro espacio público a empresarios poderosos, políticas socioespaciales excluyentes para las clases más modestas de la ciudad, etc. Recuerdo que en este sentido, cuestione en alguna conferencia a un geógrafo francés que hablaba del espacio público en esta ciudad, y lo hacía de una forma muy romántica y banal. Su respuesta fue una sonrisa, casi risa, y unas simples palabras: "es que ellos (los gobernantes) están haciendo lo que siempre han hecho, están haciendo su trabajo como lo hacen en otras ciudades”.
ResponderEliminarEntonces yo me pregunto: ¿Ese es el nivel de compromiso de un geógrafo francés enseñando en la universidad pública mexicana.....? Por eso naturalizamos todo en esta ciudad, por eso estamos dormidos en esta sociedad, por eso no decimos nada sobre la Alameda ni sobre ningún otro fenómeno que afecta nuestra vida diaria, deberíamos vivir en la indignación permanente y lo único que hacemos es ver el mundo pasar.
Saludos!