lunes, 26 de marzo de 2012

LOS ESPACIOS OSCUROS


La venida del Papa a México, rodeada de una extrema parafernalia político-mediática, me ha llevado a volver a pensar en mi infancia, en mi educación católica a la luz del despliegue de las perversidades perpetradas por sacerdotes y monjas en contra de niños y niñas de por el mundo.
Puedo afortunadamente ofrecer unas reflexiones sobre ell, sin haber tenido que sufrir en carne propia la pederastia eclesiástica. Pero si el dato de Geoffrey Robertson es cierto, ese 10% de sacerdotes pedófilos es una auténtica monstruosidad y sus víctimas pueblan todos los rincones del planeta. Por ello no puedo dejar de escribir unas líneas y ponerlas en línea.
Vengo de una familia profundamente católica del lado de mi madre, mi abuelo fue miembro activo de la Cofradía de San Vicente de Paul, una institución caritativa por lo demás respetable; lo anterior me permitió, desde niño, en ocasiones que acompañé a mi abuelo en su giras de distribución de apoyo para los más necesitados, conocer la profunda miseria en la cual se encontraba atrapada ciertos segmentos de la población belga a pesar de estar en el mejor momento de la historia económica europea, esas tres décadas del llamado “fordismo” que siguió a la segunda guerra mundial. Siento que ello me dio una sensibilidad especial a esa miseria que para mí era insoportable.
Obviamente tuve que pasar por la educación católica; en Bélgica era generalmente de mejor nivel e igual de gratuita que la laica por el Concordato entre el estado belga y el Vaticano que le otorgaba muchos beneficios. Mis recuerdos no son malos ni tampoco gratos; una educación férrea, algunos sacerdotes, otros laicos, unos de ellos educadores espléndidos como mi profesor de Historia en la Preparatoria. Mucha gente dedicada a lo suyo, buena, profesional, amable.
Pero al lado de ellos, entre los sacerdotes, había por lo menos uno del cual me recuerdo particularmente bien, que tenía su reputación bien establecida: “no te acerques a él” te decían los más grandes. La fratria de alumnos evitó a muchos pasar ratos terribles. Es cura tenía la fama de usar el confesionario al cual teníamos que acudir mínimo cada semana antes de la misa, para invitarte a discutir sobre tus pecados (¿cuáles pecados a esa edad?)…¡en su cuarto!….recuerdo como si fuera ayer, su olor bucal a café con leche y pan con mantequilla y sus manos de las cuales había que desconfiar. Aprendí rápidamente de lo que se trataba, y no solo guardé distancia, sino que además tomé la precaución de evitar la confesión o de solo “soltar” lo mínimo para no recibir invitaciones incongruas. También evitar de encontrarme ese personaje asqueroso en lugares oscuros.
Y este es el tema central de lo que quería comentar en esta nota desde mi posición de geógrafo que no puedo dejar de lado aun comentando temas como ese. La existencia de espacios oscuros ha sido una fatal aliada de los sacerdotes para cometer esos crímenes. El ligue en el confesionario; el paso al acto en la sacristía, en el cuarto del clérigo o de la monja; el arrinconamiento del pequeño o la pequeña en algún espacio oscuro donde no es tan fácil ser visto, pero desde el cual también es imposible pedir socorro. El espacio oscuro es el espacio donde todo puede pasar. A diferencia de la calidad de los espacios domésticos que marcaron nuestra infancia, como bien lo explica Gaston Bachelard en su Poética del espacio, los espacios oscuros de las iglesias, de los conventos y de las escuelas han sido sin lugar a duda la peor trampa para los infantes. La Doctora Amparo Espinosa Rugarcia que presentó hace poco de manera admirable el libro de Robertson que ella misma hizo publicar, habló de una sesión muy desagradable que tuvo que pasar en un testimonio que presentó, todo ello en un espacio de un metro cuadrado.
Recuerdo que en 1981, el eminente sacerdote Joseph Lemercier, quien introdujo el psicoanálisis en el convento de benedictinos en Cuernavaca, contó durante una comida social en la cual estuve afortunadamente invitado, que cuando Roma le pidió cuentas, literalmente lo tenían secuestrado y que fue sometido a interrogatorios en celdas oscuras por personas enmascaradas: nuevamente, los lugares oscuros, la parafernalia de la represión, que ha sido usada ampliamente por la jerarquía católica.
Eso me lleva finalmente a un comentario sobre la Plaza Santo Domingo de la ciudad de México. Las celdas y mazmorras de la Inquisición se encontraban en el edificio de la Escuela de Medicina, a unos pasos de la Iglesia de los dominicanos, de los cuales se conoce la sumisión a la Inquisición en la ejecución de sus bajos artes. En el curso de una investigación sobre la Plaza, me percaté lo vacio y árido que se encontraba siempre el tramo de la plaza entre la calle de Belisario Domínguez y la Iglesia. Siempre pensé que la maldad acumulada en los espacios oscuros del edificio de la Inquisición, había permeado el espacio de la Plaza y generaban una topofobia quizás inconsciente del transeúnte hacia esa mitad del espacio de la plaza.
Demasiada creencia en el poder del espacio dirán algunos. Quizás…pero la escritora Silvia Molina cuenta que una de las leyendas actuales sobre el lugar es que los hombres y las mujeres que fueron torturados en las mazmorras de la Inquisición salen de noche en harapos llorando por sus familiares, pero que, además, los teporochos que habitan la plaza dialogan con ellos.
Los espacios oscuros conviven con nuestros espacios diurnos, quizás no porque albergan fantasmas, sino porque son la contraparte de la luz, de la felicidad y de la calidad del espacio que todos buscamos. En esos espacios oscuros muchos han perdido la inocencia de su infancia, como lo cuenta Christiane Rochefort en La puerta del fondo  sobre la pedofilia, y que fue laureado del premio literario francés Medicis en 1988.
Por ello, es hora de hacer la luz sobre esas historias infames, castigar quienes han destruido infancias, y buscar que todos los espacios sean de luz y no de oscuridad.

REFERENCIAS:
Bachelard, Gaston (1965 [1956]), La poética del espacio, México: Fondo de Cultura Económica.
Molina, Silvia (2007) “El barrio de Santo Domingo y sus estrellas”, Revista de la UNAM, N° 43.
Para la presentación del Libro por la Doctora Espinosa, consultar: http://www.demacvirtual.org.mx/content/caso-papa#comment-2384
Robertson, Geoffrey (2012), El Caso del Papa, México: Editorial Demac.
Rochefort, Christiane (1989), La puerta del fondo, Barcelona: Editorial Seix Barral

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